Por Luis Nazareth Carmona Méndez
De inicio, puede ayudarnos mucho si separamos las dos palabras que componen este concepto, pero además –para los fines de esta sección-, nos referiremos al término imagen, como aquella representación gráfica o visual de una persona o cosa, ya que el concepto “imagen pública” puede referirse también a imagen de marca o imagen corporativa por ejemplo, lo que ya implica otros elementos.
En relación al término “público”, vamos a entenderlo como aquello que es de dominio de todos, sabido o visto por un grupo social determinado. Por lo tanto, la imagen pública puede conceptualizarse como esa construcción visual que se conoce por la comunidad y que hace referencia a una persona en particular. Por ejemplo…
“La llegada de un extraño forastero turba para siempre la monotonía de Iping, un pueblo inglés del condado de Sussex. De apariencia extraña y modales muy bruscos, el peculiar comportamiento del recién llegado irrita a los dueños de la posada donde se aloja e inquieta a los vecinos. Nadie sabe su nombre, nadie ha visto su cara, llena de vendajes y oculta tras unas gafas azules, y a toda costa los habitantes de Iping quieren descubrir el secreto. Pero cuando lo logran, lejos de quedar satisfechos, se enfrentan a la experiencia más aterradora de sus vidas: están ante la incorpórea presencia del Hombre Invisible”.
Este fragmento, tomado de la novela de H. G. Wells publicada en 1897, “El hombre invisible”, me parece la mejor manera de configurar rápidamente el asunto de la imagen pública. En el párrafo anterior, esa extraordinaria sinopsis de la obra, que puede incluso considerarse una imagen mental, aporta todos los elementos que intervienen en la construcción de la imagen pública de un sujeto. Nos habla de su carácter, conducta, modales, de su aspecto –que más bien son los accesorios–, como la ropa, las vendas y las gafas, que rápidamente construyen una imagen y es ésta, con la que todo el pueblo le conoce a dicho hombre.
Lo mismo sucede con mujeres y hombres que, en su quehacer cotidiano, se vuelven conocidos –dada su incidencia pública-, por sus conductas y modales, quizá por la especialidad o dominio de algún tema, también puede ser por su aspecto, el atuendo; o bien, por sus funciones en algún escenario de desempeño.
De manera individual –cabe decir–, participamos activamente de este asunto de la imagen pública. Sobre todo, cuando empezamos a ser más conscientes de que todo, tanto lo que hacemos como lo que dejamos de hacer: dice algo de nosotros mismos.
Desde el preferir usar cierta indumentaria, hasta reaccionar de manera violenta o pacífica ante un mismo estímulo o circunstancia, habla de lo que somos, de cómo pensamos, de nuestros valores, etcétera. Sin embargo, existe una delgada línea que separa lo privado de lo público.
La imagen personal es justamente de lo que estábamos hablando un párrafo antes. Es ese constructo con el que interactuamos con nuestros semejantes que, aunque se lleva a cabo en un ámbito público, no adquiere una trascendencia pública. Cuando ostentamos un cargo público, cuyas decisiones afectan a una colectividad, a una Nación, por ejemplo, es entonces cuando hablamos de imagen pública.
De manera sucinta al momento de plantear la creación o mejorar la imagen pública de una persona –aunque también se hace con el fin contrario-, es elemental llevar a cabo una estrategia minuciosa –por mencionar un ejemplo- como el análisis FODA, que nos ayudará a conocer tanto las fortalezas y debilidades, como las oportunidades y amenazas.
Una vez que se cuenta con los resultados y se crece la información con el objetivo que se persigue, es entonces cuando podemos iniciar el planteamiento y construcción de la imagen que estamos buscando. Por supuesto, siempre con el aporte y conocimiento de un fotógrafo profesional quien, con el dominio de la técnica, podrá llevar al punto más óptimo posible el objetivo deseado.
Quienes se desempeñan en un cargo público, lo saben, su imagen pública es lo más importante.
En la actualidad vivimos bajo la dinámica de una política cortoplacista, dice Luciano Concheiro en “Contra el tiempo”, que ésta depende de la fama y la popularidad del actor en cuestión. “El poder se concentra no en los partidos o los sindicatos, sino en los individuos. La ideología es algo secundario, lo central es la visibilidad. Cualquier político lo sabe: nada importa más que su imagen pública”.