Por Mauricio Valdés Rodríguez
Siempre resulta beneficioso volver a revisar algunos de los clásicos, como la extraordinaria obra: “Mirabeau o el Político”. En ella, Ortega y Gasset, dejó muy claro que: “La vida de un gran hombre político cambia de aspecto en el momento en que empieza a actuar como hombre público. En el cauce de la publicidad, de dilatadas riberas, parece aquel torrente vital ganando sus propias dimensiones y con ello un curso de ritmo magnífico, fértil y majestuoso. Entonces el contemporáneo o el lector de la biografía comienza a aplaudir; le entusiasma la audacia, la infatigabilidad, la eficiencia de todos sus actos y gestos, la entereza inmutable con que aguanta el insulto y resiste al ataque, la presencia de espíritu con que gobierna su persona en medio de la tempestad política”.
Esta cita, a manera de reflexión, viene oportunamente cuando en el país espera la llegada de nuevos ocupantes de cientos de cargos públicos.
Hay que tener presente que esta actividad no es para cardíacos. Por ello, como señaló un viejo político: “cuando se es responsable político, vale más no marearse cuando el barco se mueve un poco”, y aquí se mueve se cada vez más, por lo tanto, calma no hay que marearse.
A propósito de esta metáfora, otro gran escritor, Azorín aconsejaba: “Sepa conservarse el político –y, en nuestros días, por supuesto la mujer política–- en el campo de la balanza. No pierdas nunca el sentido del equilibrio. En el arte del gobierno, el equilibrio consiste en ser entero o condescendiente, según los casos. No tema tampoco el político contradecirse cuando apele unas veces a la entereza y otras a la condescendencia. La inconsecuencia y la contradicción son la misma esencia de la vida”. De esos políticos estamos necesitados para enfrentar el presente.
Por ello, también siguiendo con Azorín: “La primera condición de un hombre de Estado es la fortaleza. Su cuerpo ha de ser sano y fuerte. El tráfago de los negocios públicos requiere ir de un lado para otro, recibir gente, conversar con unos y con otros, leer cartas, contestarlas, hablar en público, pensar en los negocios del gobierno. Y sobre todo esto, se requiere una naturaleza muy firme, muy segura, para no dejarse aplanar en aquellos momentos críticos de amargura, en que nuestros planes y esperanzas se frustran”.
Como coincidirá quien esto lea, de esos hombres y mujeres públicos requerimos para superar la crítica etapa de transición en los tres órdenes de gobierno, y luego para seguir luchando por el auténtico y único progreso: el de las mayorías.
En este proceso, los medios de comunicación (colectivos o sociales), hacen las veces de aquellos sitios que, cuentan, había en las afueras de las ciudades medievales, una explanada llamada: “campo de la verdad”. Era el sitio dedicado a los combates en que se dirimían agravios y litigios. Se suponía que el ganador de la riña estaba en posesión de la verdad de acuerdo con el veredicto de la ordalía o juicio de Dios. Pero no hay que abusar de este campo, a riesgo de aumentar confusión a lo confuso.